domingo, 21 de junio de 2009

Feliz dia de la Familia! Feliz dia del Padre !






ESA MANO GRANDOTA SOBRE LA FRENTE

El hombre preparaba la valija de madera, esa que todavía reposa en un armario de mi casa. Colocaba los talonarios de las entradas: socios, menores, populares, plateas y damas. Las acomodaba con cariño. Los talonarios tenían olor a recién impresos. Antes de irse, pasado el mediodía, me llamaba y sacaba dos entradas color celeste pálido. Eran de menores plateas y me las entregaba en mano. Luego, ponía el valor de las entradas en pesos moneda nacional en la valija, sector dinero,y me recomendaba portarme bien, no gritar guarangadas y llevar una campera porque iba a refrescar. El hombre de la valija de madera era mi viejo —tesorero del club— en el momento de irse a la cancha los domingos, cuando eran locales. Yo tomaba las entradas, una bolsa con mandarinas y con un amigo me iba al estadio. Nos ubicábamos en el lugar que mi viejo nos había asignado y disfrutábamos de lo lindo. Ya llegaría el permiso para ir a la popular a gritar mi amor por la divisa local. Yo tenía ocho o nueve años. Un ratito de fútbol Cuando faltaban 15 minutos para terminar, miraba hacia el arco que daba a las canchas de tenis y ahí estaba él. Había terminado su prolija tarea y se daba el gusto de ver contra el alambrado ese rato final del partido. Llevaba sombrero en invierno y la pelada al viento, en primavera. Así, con esa vocación de servicio. Como cuando era mozo permanente de los asados para recaudar fondos para hacer una nueva tribuna en el club de sus amores. Mi papá era de Estudiantes de La Plata, de Universitario, del celeste riocuartense (Estudiantes) y, decía él, un gran wing derecho en Argentino Libanese, un club desaparecido cuyo nombre me exime de explicar su origen. Mí papá se fue escaleras arriba una mañana de noviembre del ‘82. A mí me parece que fue la semana pasada. En realidad yo nunca creí en su partida.Todavía siento el olorcito a café con leche o mate cocido que preparaba bien temprano, después de llamarme para ir a clase. El ya salía a abrir su mercería. Esa parte de su vida, desde la cual, con la vieja costumbre de la probidad y con mamá al lado, construyó el futuro de sus tres hijos varones. Extraño su mano grandota en mi frente para controlarme la fiebre, cuando una mojadura en el potrero embarrado me había tirado la gripe encima. Esa mano parecía el Llanero Solitario salvando a los buenos. Un río, un recuerdo Escucho aún,el jugueteo de sus dedos gruesos sobre el volante del 403, mientras viajábamos a Calamuchita, cuando en la radio sonaba un tango. La cara de placer que daba envidia, cuando Gardel echaba a volar su voz. Extraño sus ronquidos de siesta de verano. Siestas de media hora que le partían el día. Lo veo recibiendo el masaje del río de Santa Rosa, ese mismo que, cuando me baño, me lo recuerda cristalino y manso. Mi papá no hablaba mucho. Mi papá miraba y decía con los ojos sus estados de animo. El día que se fue me dejó un vacío que no he llenado. Y me dejó lleno de amor y bondad, para tratar de seguir un cachito su línea de vida. Hoy lo abrazo, casi colgado al sol. Y recibo el mismo calor de su mano en mi frente. La misma seguridad. La protección debida. Para que más.
Osvaldo Alfredo Wehbe.


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